La diosa de las flores y el demonio del cielo

por patrickjmacosta

El viento de la flor está agitado, la diosa de las flores llora. El viento del cielo está agitado, el demonio del cielo ríe.

Kubo Tite

Siempre he sido puntual —puedo presumirlo—, o por lo menos así era antes de que empezara todo. Hoy, 25 de junio del 2022, cuando por fin se permite el aforo completo a todos los eventos culturales y de entretenimiento, llegaré tarde por primera vez. Elegimos el Teatro Taizé; tanto a Fiffany como a mí nos causó curiosidad la publicidad de una obra que vimos gracias al algoritmo de YouTube: un monólogo de comedia dramática llamado «La diosa de las flores y el demonio del cielo». La premisa es una reinterpretación moderna de un clásico del Rakugo, como llaman en Japón a cierto tipo de monólogos humorísticos acompañados de una performance gestual, sobre dos amantes que caen en cuenta al mismo tiempo, en un día cualquiera después de estar juntos durante años, que su relación se desgastó tanto que ambos fingían disfrutar de la compañía del otro cuando lo que sentían no era otra cosa que un profundo desprecio. Por alguna razón, en lugar de separarse, deciden terminar con el tedio que les acarrea su compañía, cada uno por su lado, asesinando al otro.

La duración del monólogo es de unos treinta minutos, pero llegamos cuando ya tenía más de veinte de haber empezado por culpa del tráfico infernal en este día, en el que la mayoría de personas parece tener la imperiosa necesidad de aprovechar la libertad que, anteriormente arrebatada, nos fue devuelta. Aunque detesto no llegar a tiempo, y aún más perderme parte de una obra, entramos al Taizé presentando los boletos y nos ubicamos en nuestros asientos; después de todo, las oportunidades de estar con Fiffany, entre los estudios y el trabajo, son cada vez más escasas, y hay que aprovechar ahora que las restricciones y dificultades quedaron atrás.

Aunque no son obligatorias (la mayor parte de la población está inoculada), dentro de la sala más de la mitad de los asistentes llevaban mascarillas e incluso protectores faciales, dándole la apariencia de recinto mefítico. El narrador (que interpreta a ambos personajes), estaba enfrascado en la historia con su voz canora. Con la resignación de no comprender completamente el hilo del relato, me propuse a prestarle mucha atención.

[¿Si lo enveneno? Podría… Pero me descubrirán. Un poquito de veneno en su té de durazno. Quizá yo también tomaré un poco, así no me preocupo por nada. De las represalias, de su horrible familia. Lo haré. Puedo tomar un poquito cada día y así volverme inmune. De esa forma no podrán culparme, porque ambos tomaremos lo mismo. Y no es que yo quiera suicidarme, nadie sospechará. Fue negligencia, el veneno para las ratas. O alguien más nos quiso hacer daño, por envidia. Sí]

[Esa maldita mujer, ¿por qué no se muere? Después de soportarla por años, he sufrido lo suficiente. Si quisiera deshacerme de ella, ¿cómo lo haría? Lo tengo. Voy a envenenarla. Leí sobre el caso de un tipo que nunca pudo ser acusado porque tomó del mismo veneno que le dio a su mujer, aunque no murió y solo tuvo un dolor de estómago, ya que había creado anticuerpos al ingerir la sustancia de poco a poco. El único veneno que tenemos en casa es para las ratas, pero será suficiente. Sí]

~Así, los dos amantes planearon lo mismo. Pasaron los días de los siguientes meses, del siguiente año, ingiriendo de poco a poco aquel veneno que tenían en casa. Ambos enfermaron, pero ninguno admitió sus dolencias, restándoles importancia. Hasta que, por coincidencias del destino o de la causalidad, llegó el día en que se sintieron preparados para ejecutar su plan, que resultó ser exactamente en la misma fecha.

[Cariño, aquí está tu té de durazno]

[Gracias, mi preciosa criatura, pero acompáñame en la mesa. Tú también deberías tomar uno]

[Te lo agradezco, cariño. Te acompañaré y también tomaré un té]

~Los amantes se las arreglaron para introducir el veneno con sigilo en el té del otro. Luego, le pusieron al suyo la dosis necesaria para que, aunque sufrieran fuertes dolores estomacales, lograran sobrevivir. Pero como ya se imaginan, la suma de las dosis fue demasiado para ellos, y cayeron muertos sobre la mesa del desayuno, mientras trataban de disimular el dolor y se sonreían con hipocresía. Y esa, amigos míos, fue la historia de «La diosa de las flores y el demonio del cielo». Muchas gracias.

El público aplaudió efusivo, mientras nos dirigíamos a la salida del teatro. Hice el ademán de parar un taxi, pero Fiffany me dijo que prefería caminar. Salimos del Taizé con dirección al malecón. Traté de tomarle la mano, pero ella me rechazó.

—Hablemos, Marce.

—Claro. Dime, Fiffy.

—¿No te has sentido así últimamente?

—¿Cómo?

—Como los personajes del monólogo. No digo que quiera matarte, pero estos meses en que estuvimos separadas, o sea, viéndonos poco, han sido un alivio para mí. Cada vez que quedábamos solo era por compromiso, porque es lo que se suponía que tenía que hacer como tu novia. Porque era mi obligación. Disculpa que te lo suelte así, pero siento que ya no puedo lidiar con esto. Con nuestra relación.

—¿Quieres terminar?

—Lo siento. Pero seguro te has dado cuenta que ya no soy cariñosa contigo. No me nace serlo. Ni siquiera me excito cuando estamos solas, todo es súper mecánico y lo único que quiero es que termine rápido. Creo que también nos hemos desgastado. Adiós, Marce. Te quiero mucho. Será mejor que no hablemos por un tiempo. Después de eso, si quieres, podemos ser amigas.

Fiffany tomó un taxi. La vi alejarse, perpendicular a la playa, mientras sentía en la boca ese aire salado que arrastra el mar durante la noche. Me quedé un rato más en el malecón, pensando en la presciencia del narrador del monólogo, en su mensaje secreto. No tuve el valor de decirle nada, pero en el fondo sentía lo mismo. Que estábamos viviendo en días prestados, con una caducidad vencida hace mucho.